Día de la Industria Naval: entre la memoria y la urgencia de una política estratégica
Cada 12 de septiembre, la Argentina celebra el Día de la Industria Naval, una fecha que, más allá del acto conmemorativo, exige una mirada crítica sobre el presente y futuro de un sector que debería ser columna vertebral del comercio exterior y la integración territorial.
Instituida en 1961 durante el gobierno de Arturo Frondizi, la efeméride reconoce el potencial de una industria que alguna vez supo ser estratégica. Sin embargo, el escenario actual obliga a preguntarse por qué ese potencial continúa, década tras década, sin consolidarse.
Un motor que no termina de arrancar
La industria naval no es un tema menor. Su vínculo directo con el transporte fluvial y marítimo, la pesca, la defensa y la energía la posiciona como un engranaje clave para reducir costos logísticos, ganar competitividad y proyectar soberanía económica. Aun así, la realidad muestra una actividad fragmentada, con astilleros que operan muy por debajo de su capacidad y una planificación estatal que aparece y desaparece con el vaivén de los ciclos políticos.
Hoy, hablar de reactivación ya no alcanza. El sector necesita una política industrial que trascienda lo declarativo, con una hoja de ruta técnica, inversiones sostenidas y reglas de juego estables. En este punto, el Estado y el sector privado deben construir una agenda común orientada a resultados concretos.
El peso del costo país y la falta de previsibilidad
Uno de los principales cuellos de botella sigue siendo el costo logístico. La falta de infraestructura adecuada, sumada a un régimen impositivo distorsivo y a la volatilidad cambiaria, convierte a la construcción naval nacional en una opción poco competitiva frente a alternativas extranjeras. Muchos proyectos no llegan ni siquiera a la etapa de licitación, asfixiados por costos iniciales y falta de financiamiento.
Además, el marco laboral y regulatorio no siempre acompaña la dinámica de una industria que requiere plazos extendidos, acceso a insumos específicos y capacidad de planificación a largo plazo. La incertidumbre frena inversiones y limita cualquier intento de industrialización sustentable en este rubro.
Comercio exterior: la oportunidad que sigue esperando
Desde la perspectiva del comercio exterior, fortalecer la industria naval permitiría no sólo bajar el costo de mover cargas dentro del país —especialmente por la vía fluvial, la más eficiente y menos desarrollada—, sino también generar valor agregado y empleo calificado puertas adentro. En un mundo donde la logística define precios, plazos y participación en mercados, seguir importando buques o contratando servicios en el exterior es una decisión estratégica que cuesta caro.
Por eso, no se trata sólo de construir más barcos: se trata de integrar la producción naval a una visión logística y comercial de largo plazo. Apostar por la industria naval es también apostar por una hidrovía más eficiente, por una red portuaria moderna y por la diversificación de la matriz exportadora.
Una industria que puede ser protagonista
La fecha invita a dejar atrás los diagnósticos repetidos y avanzar hacia políticas que conviertan a la industria naval en un actor protagonista del desarrollo nacional. Hay capacidad técnica, recursos humanos y antecedentes históricos que prueban que es posible. Lo que falta es voluntad política sostenida y articulación entre los sectores público y privado.
La conmemoración del Día de la Industria Naval no puede limitarse a un reconocimiento simbólico. Es una oportunidad para discutir qué tipo de país queremos construir: uno dependiente de decisiones logísticas ajenas o uno capaz de producir, transportar y proyectar desde sus propios astilleros.
La respuesta está en el agua, pero también en la tierra firme de la política industrial.